¿Se intercambiaría usted por un rehén en el transcurso de un ataque terrorista? El gendarme francés Arnaud Beltrame lo hizo y fue asesinado. La misma sociedad que no dudó en calificarlo de héroe se esfuerza después por ocultar, e incluso ridiculizar, las virtudes que hacen que un ser humano, llegado el momento, derrame su sangre para salvar otra vida. En el caso de los santos el desprestigio es aún más flagrante. Sin embargo, el heroísmo y la santidad son faros que en nuestro tiempo alumbran el camino de salida del materialismo y del hedonismo en que se halla sumida la humanidad. Robert Redeker (Francia, 1954) es filósofo y, como tal, aprovecha el asombro que produce la irrupción de ambas figuras en la vida cotidiana para poner contra las cuerdas el devenir de la historia. De Juana de Arco al transhumanismo, el autor de Los Centinelas de la Humanidad -apoyado por un sólido discurso intelectual- nos brinda la oportunidad de recapacitar y elegir. Dibuja la antropología del héroe y del santo con la misma precisión con que analiza los males de la modernidad: utilizando sugestivas figuras que interpelan en su trascendencia al individuo y a la sociedad. Insumisión y resistencia. Coraje y sacrificio. Héroes y santos. En definitiva, guardianes del hombre contra la angustia heideggeriana. (Prólogo de Esperanza Ruiz) En una época de individuos que se repliegan sobre sí mismos, de individuos férreamente encadenados a las veleidades de su ego y en consecuencia alérgicos a cualquier sacrificio, el filósofo francés Robert Redeker se propone una tarea homérica: la de perfilar dos tipos humanos, el del héroe y el del santo, radicalmente opuestos al actual. Tan opuestos, se dirá, que éste los desprecia en el mejor de los casos y se mofa de ellos en el peor. Si el hombre contemporáneo sacrifica todo lo real en el altar de su yo, el héroe y el santo sacrifican su yo en el altar de algo que reconocen más valioso: una idea, una patria, una persona, Dios. Con su libérrimo testimonio —libérrimo porque se ha liberado de la fuerza atrayente del ego—, ambos se sitúan en el horizonte de la humanidad, en la mismísima frontera entre lo humano y lo sobrehumano, entre lo natural y lo sobrenatural.