En este nuevo libro de lo que escribe la poetisa es de sí misma, todo verso se le convierte en una bella confidencia. Dirá sin decir, que su historia es más real que todas las palabras, y que la razón no puede justificar aquel sentimiento de una tarde casi en tinieblas. Ecos, voces, llamadas de convivialidad, que transitan de la conciencia primordial al arco del ser y alli hacen nido... para renacer trasformados por la logica del amor en pensamiento, palabra, poema. Encuentros con la humanidad, historia, naturaleza; universo abierto en el que quedan en suspenso todas las preguntas, donde se vislumbran todas las respuestas...
Anna Duart se ha convertido en una gran poetisa. En primer lugar, ha roto con las tentaciones intimistas ganando de ese modo en intimidad comunicativa: del yo siento al yo comparto. En segundo lugar, porque cada palabra ha devenido lenguaje esencial: mucho en poco, rico en fragilidad. En tercer lugar, porque conjuga el sufrimiento del mundo con una sonrisa esperanzada: buen balance en buena balanza. En cuarto lugar, porque se situa en esa delgada arista en que la poesia es filosofia y la filosofia es poesia. En quinto lugar, porque nos invita a detenernos mientras no descansa: loca sabiduria del buen maestro. Y en sexto, septimo y octavo lugar, por lo que el lector mismo ira descubriendo en el agil palimpsesto de su escritura.
“No busque, querido lector, otra cosa que vías de acceso a lo materno eterno animado en la infancia recuperada, redimida, rescatada. Ese es el sentimiento que al menos a mí me transmiten estas página