Miguel Arribeño es una escoria humana, el residuo viviente de otra época, que se pasea por la ciudad de hoy como un fantasma, prisionero de su memoria y expulsado de todo afecto. Así son también Wilker, Saenz, Larva, Vasco, el Turco Juarez y casi todos los victimarios de esta novela. Son detritus, resaca del pasado reciente, que alguna vez integraron las fuerzas de seguridad o los grupos de tareas de la ultima dictadura argentina. Madrugada negra se ocupa de la figura de los repre-sores en una forma muy original. La novela avanza como una sinfonia siniestra, como una pieza musical, en un lenguaje novedoso. El pasado y el presente van y vienen en capitulos breves e intensos, con un montaje perfecto, pesadillesco y cinematografico. A pesar de la maquinaria infernal que describe, el autor no moraliza ni cae en golpes bajos. En esta historia la denuncia toma la forma de una poetica de la crueldad. Los personajes se mueven en una Buenos Aires espectral. El Delta, San Martin, Once, Constitucion, Barracas, Pompeya, aparecen retratados como nunca antes. A traves de todos estos elementos Madrugada negra se convierte en un testimonio estetico.