¿Cómo estás?
Tal vez te lo preguntaron esa persona frente al mar, quizás en una sobremesa con amigos, tal vez un martes al llegar a casa después de un largo día o mientras preparas café por la mañana, en los cinco minutos de espera antes de coger un vuelo o una pregunta lanzada al aire en una sala de espera. Sea quien sea quien te haya hecho esa pregunta, siempre tienes una respuesta.
Querencia es la primera parte de esa respuesta. Es la calma de un paseo por el campo, el amor sincero, la amistad duradera, la importancia de la familia, un consejo en una cocina, un gesto dulce e íntimo, una mirada cargada de significado y la humildad de una palabra monosílaba.
En su parte intermedia, Querencia es aprender a dejar marchar para no seguir arbitrando un partido que ya hace tiempo ha acabado, convivir con la ausencia como Molly en Ghost, bajar al entresuelo de la tristeza; y al llegar, una enmienda a la totalidad, alzar bandera blanca para subir al ático de la felicidad, un golpe en la mesa y cuestionarse si la dirección es precisamente esa.
Querencia, en su última parte, son las preguntas que te haces a ti misma, la huelga afectiva de una despedida, el tiempo en suspensión en un aeropuerto, un salto de fe a una piscina rebosante; coger aire y entrar amablemente en tus propias habitaciones y comprobar que sigue habiendo luz, y que esa misma luz es la que entra por tu ventana, la misma que da a tu patio de luces.
Y tú... ¿Cómo estás?