El 28 de octubre de 2006 se cumple el centenario del nacimiento de Ramón Rubial, socialista vasco y español. Tenía una concepción de la militancia política profundamente identificada con las ideas y los valores, no con otro tipo de motivaciones. Para Rubial, el compromiso, al estar fundamentado en convicciones, no podía ser temporal sino que debía ocupar el empeño y la dedicación de toda una vida. Es un desafío que parte de un anhelo de transformación de la sociedad en que uno vive para legar a las nuevas generaciones ámbitos de convivencia más justos y solidarios. Pasó veinte años de su vida de cárcel en cárcel. Los que le conocimos nunca oímos expresiones de rencor, odio o revancha. Por el contrario, siempre pensó en la necesidad de la reconciliación nacional. «Una generación como la mía, que casi ya está caduca, ha dejado unas secuelas que hay que borrar. Hay que observar el hecho de la guerra civil como un hecho histórico. No puede haber vencedores ni vencidos. Ésta es una de las bases que debemos dejar bien sentadas con el fin de que no fructifiquen las secuelas y paralicen la buena marcha del país, que necesita el esfuerzo y la solidaridad de todos. Esta generación cumplió en su momento con las armas en la mano y ahora tiene que cumplir con las armas de la inteligencia, para que en España la libertad no sea como las olas del mar…» (Ramón Rubial)
«Por sus hechos los conoceréis». La cita es de la Biblia, aunque en este libro-diario se da de bruces con su verificación más contundente y rigurosa al aplicarla a los acontecimientos que van desde el 22 de marzo de 2006 –día en que ETA anuncia un «alto el fuego permanente»– hasta el extraño final del «diálogo» en junio de 2007, seis meses después de los asesinatos en la T-4 de Barajas. En el autor, Txiki Benegas, encontramos a un político, a un cronista también, que reúne una vasta experiencia personal en la lucha contra la violencia y el terrorismo –de joven ya ocupó con brillantez la Consejería de Interior de Consejo General del País Vasco– y una capacidad de análisis notabilísima, por más que ésta aparezca impregnada de la melancolía que provoca el observar, día tras día, lo repetitivo de ciertas situaciones y comportamientos políticos. Todo queda retratado con singular profundidad en su diario. Al ir describiendo tantas y tan diversas actitudes y pronunciamientos como se han sucedido vertiginosamente en estos 15 meses de Tregua, Benegas deja al descubierto la personalidad «nítida» de un número considerable de sus protagonistas, empezando por el Presidente del Gobierno, y demarrando la etapa entre ministros, dirigentes políticos, jueces, fiscales, intelectuales, negociadores internacionales o jerarcas de la Iglesia, con un énfasis especial en los militantes del conglomerado que es ahora ETA-Batasuna. En este sentido Diario de una Tregua encierra una lección excelente de política práctica. Aquella que nos permite extraer una conclusión personal sólo después de conocer con propiedad, y reflexionar en voz alta, sobre el papel jugado por cada cual en «el proceso».