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ANAGRAMA - 9788433934871
Julian Barnes creció en una familia de tenues experiencias religiosas. Su hermano filósofo, Jonathan Barnes, después de ir a un par de servicios religiosos recuerda haberse sentido como un «niño antropólogo entre antropófagos». Julian Barnes tampoco cree en Dios, pero dice que le echa de menos. Y así comienza esta irónica y divertida memoria familiar –con vívidos retratos de sus abuelos, sus padres, y su hermano filósofo, pero también de los escritores que le acompañan cada día–, una meditación sobre nuestra condición de mortales y una intensa celebración del arte y la literatura.
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Escrito por Julian Barnes
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1 opiniones de usuarios
la-vieja-piragua
02/06/2016
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DIFÍCILMENTE SE PUEDE LEER UN LIBRO MÁS AMABLE ACERCA DE LA MUERTE DESDE UN PUNTO DE VISTA TAN DESESPERANZADO. Julian Barnes reconoce que siempre ha estado muy obsesionado con su propia desaparición, con la de sus seres queridos y con la posibilidad de que no haya nada al otro lado. Él mismo califica su obsesión, por no hablar de pánico, con el término psicológico "tanatofobia". En este ensayo expone sus reflexiones al respecto, quizás para conjurar su miedo de algún modo, si eso es posible. Para tratar de explicarnos su punto de vista, sus muchas dudas, sus bastantes intuiciones y sus pocas certezas, se ayuda de anécdotas de escritores, de reflexiones de pensadores, de las conversaciones con su hermano, el filósofo Jonathan Barnes, y sobre todo de su propia experiencia con la muerte de sus padres. El tono del ensayo, considerando lo desagradable del tema, no puede ser más amable. Barnes, hablando de la muerte, es siempre respetuoso y equilibrado. Abundando en el tópico "fair play" británico, salpica su texto de refrescantes toques de ironía, y evita cualquier intento de imponer su punto de vista a nadie, aunque a lo largo de las páginas nos va quedando claro lo que opina al respecto, que se puede resumir en la frase con la que da comienzo "Nada que temer": "No creo en Dios, pero le extraño". Ahí está la esencia de este estupendo ensayo. Ahí y en el propio título, en el que, como él mismo explica, es la palabra “nada” la que se impone a las demás. Muy poco después de haber acabado la redacción de este libro, murió Pat Kavanagh, su pareja durante décadas y, claro, surge la duda de si Julian Barnes habría sido capaz de escribirlo con la misma soltura de haber sabido que esto iba a ocurrir tan pronto. Considerando lo mucho que le ha afectado, sospecho que no. En fin, creo que difícilmente se puede leer un libro más amable acerca de la muerte desde un punto de vista tan desesperanzado. Pero eso sí, a pesar de todo, en caso de que el asunto te angustie, mejor busca otra cosa para leer.