Las historias que alientan los relatos de A lo largo de la vida tienden a descansar sobre una idea común, tan preceptiva como vertebradora. En todas ellas, la soledad, a la vez fruta dulce y amarga, recorre los entresijos de sus tramas y habita en los personajes que por ellas transitan. En ocasiones, manifestándose de forma evidente, con porte casi de protagonista, mordiendo a dentellada limpia. Otras, por el contrario, jugando a ser esquiva, para mecerse solo entre brumas por las que intuir atisbos de luz y paz.
Por ello, los personajes de A lo largo de la vida, al igual que los seres humanos, se afanan en la búsqueda de una idílica convivencia que, con el tiempo, sea del signo que sea, tiende a defraudarlos.
Han nacido para compartir, incluso lo inimaginable, pero, en medio del caos de sus vidas y del ruido de quienes los acompañan, el desabrigo surge con virulencia. Pese a estar rodeados, la sensación de orfandad y de soledad alientan y envuelven su vida con dosis de alegría o de tormento. Y la nada, el frío, la indefensión, el miedo, la oscuridad... o el silencio se superpone y cruzan con la luminosidad, la armonía, la reflexión, la conciencia en estado puro o el redentor encuentro con uno mismo.
Con todo ello, emerge la historia individual o colectiva, simple y a ras del suelo, para así indagar en el acto más propio del hombre: sentir la soledad como franca y perturbadora compañía.