DECAMERON (T. 2)

Quinientos años antes que Balzac, Giovanni Boccaccio (1313-1375) expuso en su DecamerÛn un vasto y pintoresco lienzo que constituye la respuesta humana a la Divina Comedia de Dante. Por vez primera, en el Occidente cristiano, va a concederse una gran importancia a lo que hay de barro en esa criatura que, hasta que Dios soplÛ sobre ella, no comenzÛ a llamarse hombre. Un barro que resume todas las virtudes naturales de la especie: el ingenio, la astucia, el instinto de supervivencia, la facultad de amar y de desear al prÛjimo, el sentido del humor, el engaño, la utilizaciÛn de los acontecimientos en beneficio propio, la picardía y, por qué no, la belleza, entendida ésta en todas sus gamas y acepciones. Por todo ello, el DecamerÛn ha alcanzado las más altas fronteras de la literatura. Hay en sus páginas una vitalidad, un ritmo interno, un diseño formal y una alegría de narrar tan inigualables que lo han convertido en una de las obras más inspiradas de las letras universales. Por encima del aleccionador fresco moral y del detalle erÛtico, burlÛn y jocoso, suenan en el DecamerÛn los acordes de un himno a la vida que muy pocas veces ha sido entonado. Esa vida que es, simultáneamente, jardín de amarguras y de delicias, y que se acepta tal cual es, en toda su amplitud, como ´selva selvaggiaª y como huerto deleitoso.