El tres de mayo de 1916 Patrick Henry Pearse era fusilado junto a James Connolly y otros quince patriotas irlandeses en la prisión dublinesa de Kilmainham. Tres meses exactos después era ejecutado en el presidio de Pentonville, en Inglaterra, Sir Roger Casement, el último de los represaliados. Esas ejecuciones han sido consideradas por algunos el epílogo de la Rebelión de Pascua, el sexto alzamiento militar irlandés fracasado contra la corona británica desde 1798. Para otros, por el contrario, constituyeron los primeros rayos, rojos de sangre, del alba de la independencia. Sin embargo, es difícil establecer auroras y ocasos, prólogos y epílogos, en la historia de la guerra, descarnada y atroz en ocasiones, pero que siguió un sendero cárstico y sordo las más de las veces, que llevó adelante durante siglos el pueblo de Irlanda contra el ocupante británico. Una guerra de perfiles borrosos, en la que conquista militar, posesión de la tierra, religión, realidades étnicas, ideologías políticas o geopolítica europea, pero también odio, terror, clasismo y algunos factores más, hacen extremadamente complejo comprender. La aparente sencillez de los frentes que dibuja el, por ahora, último capítulo de esta sangrienta historia, a saber, el enfrentamiento en la segunda mitad del siglo XX entre el IRA y el gobierno británico en el Úlster, una sencillez que desaparece apenas se profundiza algo en aquel conflicto, ha proyectado su imagen, de claros contornos maniqueos, hacia los siglos previ