Durante mis cuatro años de permanencia en el instituto
José Arencibia Gil de Telde como estudiante de BUP y
COU (septiembre de 1987-junio de 1991), alcancé a conocer la existencia de una Escuela Lírica de Telde compuesta por siete nombres propios: Julián (1875-
1947) y Saulo Torón Navarro (1885-1974), Montiano Placeres Torón (1885-1938), Fernando González Rodríguez (1901-1972), Luis Báez Mayor (1907-1941), Patricio Pérez Moreno (1912-1986) y una enigmática mujer que se integró en el grupo masculino [la integra-ron] a través de un seudónimo —Hilda Zudán (1900-
19xx)—, de la cual no lograba hacerme una idea de su importancia porque no di con escritos suyos que me permitieran conocerla. A lo largo de mi licenciatura en Filología Hispánica (en la ULPGC, años 1991-1996),
Lo que sí es oportuno ahora —al hilo de esta agrupación que cuestiono— es posicionar a la autora que nos ocupa; situarla en el marco de la historia literaria donde creo que debe estar y que, de entrada, al menos para quien suscribe estas palabras, no es el que determina el grupo de poetas de Telde con los que se la ha vinculado tradicionalmente.
No tuvo una vida pública activa; y si la tuvo, la prensa se desentendió mucho de ella. Navegó entre un seudónimo (Hilda Zudán) y una suerte de inexplicado nombre alternativo (Mireya); y nadie o casi nadie, a lo largo de un siglo, pareció prestar atención a su nombre verdadero, María del Jesús, tampoco a un buen número de circunstancias personales (edu-cativas, familiares, morales, psicológicas, afectivas...) que, quizás, pudieron justificar el que escribiera como lo hiciera, tanto en cantidad como en calidad.
Este es un viaje a través del tiempo que surgió pensando en una escritora y que, hacia el final, sucumbió a la fuerza emergente de una mujer envuelta durante muchísimos años en un plúmbeo silencio y, a la vez, una extraña nombradía. Es un periplo extenso, bastante más de lo previsto, pero cuando nada hay, y nada ha habido, algo lo es todo; y todos los algos hallados en estos años han venido a confluir en estas páginas que dedico a Hilda, a Mireya y, sobre todo, a María.