La aromaterapia no es una técnica, ni tiene inventor, y su aplicación se pierde en la memoria de los tiempos. Es un arte, una tradición, una práctica, pero por encima de todo es la ciencia que estudia la aplicación terapéutica y para el bienestar, de esencias y aceites esenciales (AE), es decir, la aplicación de esas substancias volátiles y aromáticas que sintetizan las plantas, a nuestros sentidos. Sin duda, lo peor de la aromaterapia es su propio nombre. Efectivamente, la denominación aromaterapia, atribuida al químico francés Gattefossé, induce inevitablemente al error, y mucha gente cree que se trata solamente de “oler” y “curarse”. Como podrán comprobar, la aromaterapia es bastante más. Todas las culturas y civilizaciones han utilizado y utilizan en la actualidad estas fracciones aromáticas que crean las plantas, y que nosotros denominamos esencias o aceites esenciales. Las medicinas china y ayurvédica, Egipto, o la tradición judeo-cristiana, han usado AE. En la misma Biblia, Dios ofrece una fórmula con aceites esenciales a Moisés. La palabra Mesías significa “el ungido con aceites”, y el niño Jesús, es obsequiado por los reyes magos con oro y dos resinas aromáticas, incienso y mirra.