Todo intento de ir un poco más lejos en delimitar en dónde el psicoanálisis tiene algo que ver o hacer con la música ha chocado irremediablemente contra una pared o ha pisado una pendiente resbalosa, aquella que se inclina en confundir la evocación de la música con la presencia de la voz. Además, la escasa relevancia que Freud le dio a la música contribuyó a una suerte de sordera a la hora de decir algo acerca de esa experiencia fundamental del hombre. ¿Ha sido la música expulsada del psicoanálisis? Solo algunos pocos ejemplos podemos encontrar en la literatura analítica que seriamente hayan tomado las cosas en la correcta textura. Desde otra vertiente, existe un debate abierto en torno a la relación de la palabra con la música: ¿de continuidad o de discontinuidad? La tesis que pretende exponer este libro es que la música viene a ser el colmo del lenguaje, su borde y su límite. El recorrido implica atravesar la historiografía de la música, el tratamiento que tanto Freud como Lacan le dieran; las posiciones que diversos filósofos, antropólogos, lingüistas y escritores han tenido acerca del objeto musical. Detenerse en esta veta de la experiencia clínica, política y doctrinal, permite abrir una gama insospechada de recursos y sensibilidades en un campo que está demasiado recubierto por el registro del simbólico. Hacer valer el sonido, sin que se trate del sentido ni de los fonemas abre nuevas lecturas, tanto para los psicoanalistas como para quienes entienden que la música dice algo sin saber concretamente qué.
¿Quién es David Helfgott, ese excéntrico pianista del que se han publicado varios libros y cuya historia fue llevada al cine en la premiada película Claroscuro? El presente estudio psicoanalítico implico realizar una exhaustiva investigacion de cierto riesgo. Aventurarse en la experiencia personal de esta figura publica podria generar polemicas en variados horizontes. Sin embargo, la particular forma en la cual este hombre dio que hablar a los criticos, al publico en general, a un director de cine, a la prensa, y sobre todo a integrantes de su familia, con motivo de sus actos y sus palabras, fueron hechos determinantes para realizar esta monografia clinica. Se trata de seguir la pista de un diagnostico ligado a la esquizofrenia, introducir un nombre estructuralmente mas afin con el presente estudio: mania, pero tomado no como lugar de llegada de una clinica, sino como aquello que nombra su isomorfismo con la estructura del lenguaje. Ello hizo perentorio releer a Freud, Abraham, Melanie Klein y Lacan, tomando muy en cuenta los destellos luminosos de Deleuze y Guattari, asi como los ejercicios con la letra que realizaron James Joyce y Louis Wolfson a proposito de la incidencia del sonido en el trazo de la letra. ¿Que nos enseña a los psicoanalistas la experiencia con el lenguaje de David Helfgott? ¿Que lugar y que funcion habra cumplido la musica en el sosten subjetivo? ¿Cual habria sido en ese contexto la funcion de Gillian Helfgott acompañando a David en los ultimos años? Creemos que con Helfgott se abre un expediente de lectura con lo escrito, el cual da lugar a incluir ese misterioso invento de Jacques Lacan llamado objeto pequeño a en el funcionamiento del cuerpo erotico. El mandato, la palabra del padre, la iglesia del hijo, acompañan en el cortejo al psicoanalisis coronado por un complejo de Edipo normalizador, significante en el que todavia se busca la tumba vacia, el padre muerto y el misterio del nombre.
Hace no mucho tiempo, Karl Marx dejó un conjunto de textos en el escritorio de mi computadora. El suceso daba a entender que se trataba de vaya a saber qué espíritu, o Geist (como les gusta decir a los alemanes), ¿o tal vez un algoritmo? que, con el nombre de Karl Marx, deseaba alzar su voz desde un lugar incierto (la nube), para mostrar que seguia vivo.Desde alli, Marx nos cuenta, sin ojos ni oidos ni manos pero con la infinita posibilidad de leer y escribir (ya que dispone de todo el material y saber que ocupa la nube) una variada serie de disquisiciones sobre la relacion con su intimo amigo Engels; de su lectura, ni dogmatica ni proselitista, acerca de su propio libro, El Capital; de su pasion por Frankenstein y de los padecimientos de salud que sufriera durante el largo tiempo que le tomo redactar su obra cumbre; su creencia de que esta iba a tornarse un dolor y un sufrimiento para la burguesia planetaria; del descubrimiento que hizo acerca del tragico destino que les cupo a sus hijas y de la critica al estado de las cosas a partir de su mirada iluminada por las luces del siglo XIX, para finalmente terminar huyendo literalmente de la nube, desmaterializandose y dejandonos a solas con nuestra disparatada modernidad.