Paolo Flores, filósofo y periodista, es un decidido impulsor de los valores cívicos de democracia e igualdad. Es director de MicroMega, ha sido uno de los animadores del movimiento de los corros. Ha publicado varios libros de filosofía, entre ellos Hannah Arendt. Existencia y libertad (Tecnos, 1996).
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Este es el primer título de una nueva serie de ensayo dirigida por Josep Ramoneda. Se publicarán en ella textos mayoritariamente breves sobre temas de actualidad con espíritu combativo. En el primero, el filósofo italiano Paolo Flores d?Arcais pone en evidencia que hoy la palabra democracia corre el riesgo de no significar nada. Si pueden invocarla tanto George W. Bush como Havel, Putin, Aung San Suu Kyi o Silvio Berlusconi quiere decir que la palabra tiene hoy la misma precisión que el humo o la niebla. Sin embargo, la democracia sigue siendo hoy imprescindible, sobretodo porque los valores democráticos de libertad e igualdad son el fundamento por el que hombres y mujeres siguen luchando frente a la opresión. Pero hoy una democracia digna de este nombre es casi inencontrable. El establishment político y los poderes que con él se asocian pisotean los derechos de los ciudadanos y buscan solo sus propios intereses. De ahí la desafección creciente de los ciudadanos frente a sus políticos.
Jesús no era cristiano. Nunca se proclamó Mesías. Era un hebreo observante que jamás hubiera imaginado dar origen a una nueva religión y mucho menos fundar una «Iglesia». Para darse cuenta de esto ba
«En esto consiste, en efecto, la democracia: autonomía, autos nomos. El que no recibe la ley de otros, aunque sea del Otro o de lo Alto, sino que la crea. Soberanamente. Y dos soberanías no pueden co
Hoy en día nos encontramos en esta situación: o impulsamos la democracia hasta tomar en serio sus principios, o nos preparamos para perderla. Porque hoy, la democracia está herida. La política -el espacio público- se ha convertido en una cosa privada. La escena la ocupa ya una clase política única, unida por intereses corporativos comunes y predominantes, que triunfan sobre las diferencias odeológicas y programáticas. Ya no quedan ciudadanos que deciden (mediante un diputado), sino "súbditos" que consientes decisiones cada vez más extrañas: literalmente alineadas. El político de oficio se ha emancipado completamente del propio elector: el instrumento se constituye en sujeto, lo sustituye. La democracia representativa es necesariamente una democracia de partidos; sin embargo, el monopolio de los partidos sobre la vida pública elimina la democracia representativa, la convierte en un simulacro. Ante este panorama, cabe preguntarse: ¿Es posible trazar una línea de resistencia a la degeneración de la política? ¿Cómo exorcizar la tentación del absentismo? ¿Cómo detener la deriva suicida de la apatía? ¿Cómo unmunizar contra la indiferencia? ¿Con qué anticuerpos? ¿Cómo acercar, en definitiva, la política al ciudadano? El túnel por el que hoy en día está obligada a caminar la democracia representativa no es, sin embargo, un callejón sin salida, por lo menos no de forma fatalista. En los meandros del organismo social circulan suficientes energías para poder salir del túnel: hacia el horizonte de una representación abierta. Para conseguirlo, es imprescindible restituirle al ciudadano soberanía y poder, es decir, garantizarle la decisión sobre la cosa pública.