Japón, país enamorado de lo extremo, entrampado en el cosmopolitismo y cumbre de lo cool para la mirada distante de la modernidad occidental, exporta en silencio, pero apabullando al fandom y despistando a cierta crítica incapacitada, lo que parece un cine nuevo, joven y original, un cine que en acercamiento atento nos revelará que la relectura y la fagocitación son cuestión ineludible para una tercera generación de autores y francotiradores, más allá de Ozu y de Mizoguchi, de Oshima y de Imamura.El principio del fin plantea un recorrido por ese cine japonés de la última década que tiene lo mismo de insólito que de referencial. En sus páginas se localiza, se atrapa y se reconstruye la anarquía controlada y el culto a los géneros de Takashi Miike, el ciberpunk decadente de Shinya Tsukamoto, la prestigiosa introspección de Hirokazu Koreeda, la belleza cruda y el discurso violento de Takeshi Gitano, la cadencia neoclásica que Kiyoshi Kurosawa se empeña en quebrar, las voces posmodernas de Shunji Iwai o de Sabu y las tendencias del anime como síntoma definitivo de “lo futurible” aquí y ahora.El principio del fin es, en definitiva, contextualización y retrato de un saludable tsunamiCinematográfico que no atiende a epígrafes.
En esta colección de textos breves pero vastos, Rubén Lardín se muestra como un acróbata desnudo degollando golondrinas con un cuchillo clavado en el costado. Irónico siempre, despiadado en más de una ocasion y mas fragil de lo que el estaria dispuesto a reconocer. Abarca poco, acaso lo imprescindible, pero aprieta mucho. Palabras justas pero generosas hilvanando un discurso que nace de la parte mas sucia de sus tripas y resacas pero florece perfumado sobre la pagina. Lardin escribe como habria que escribir siempre que se quiere escribir lo que el escribe. O sea, que las clava, tanto sea cuando mira su propio ombligo como cuando mira los culos de las chicas pasar, cosa que de largo prefiere, o cuando toca lanzarle un bocado al lector, o sea, siempre.