Al abrir la puerta a unos desconocidos, Sayd Bahodín Majrub fue asesinado, en Peshawar, Paquistán. Era un atardecer, casi de noche, a la hora del lubricán. Al día siguiente habría cumplido sesenta años. Estaba solo y se sabía amenazado. Nunca había dejado a nadie en el umbral. Recordaba que en su país, en Kabul, en Yalalabad o en Dar-î-Nûr, ante el deber de la hospitalidad no se admiten vacilaciones. Murió con el pecho hecho trizas, en un gesto de acogida. Murió por haber hablado libremente. Murió, sobre todo, por haber escuchado y haber prestado su voz a los sin voz. Majruh no tenía nada de intelectual del Antiguo Régimen. Más presto a escuchar los relatos y los cantos de un nómada, de un pastor, de una campesina o de un loco de Dios, que las peroratas de un ministro o de un teólogo, aplicaba su erudición sin orejeras al cuestionamiento lúcido de su propia tradición.
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Ediciones del Oriente y del Mediterráneo 9788487198793
En los valles afganos y en los campos de refugiados de Paquistán, las mujeres pastún improvisan cantos de gran intensidad y fulgurante violencia: los landays («breves»). Esta forma poética limitada a