Desde siempre se ha considerado al periodista como el representante genuino del cuarto poder, muchas veces enfrentado y afrentado por los otros tres, sobre cuya naturaleza aún hoy se debate; para unos, los clasicos, el poder legislativo, judicial y ejecutivo (siguiendo la clasica trias politica latina, actualizada por Rousseau y Montesquieu principalmente); para otros el poder economico, politico y militar, que a tan buen juego se han prestado para mayor gloria de los guionistas de ficcion y, quizas, no de tanta; e incluso ha habido quien ha desmitificado el poder de estos considerandolos tigres de papel: Mao Tse-Tung dixit.Esta funcion reguladora, vigilante de los otros tres que rigen nuestras vidas cotidiana y sutilmente, se ha visto reflejada en el cine las mas de las veces desprotegida de ese halo de sacrosanta mision terrena, como si el periodista fuera el unico vicario (laico) de la Verdad, para ofrecernos personajes cinematograficos muy humanos, a veces rozando los limites que separan el bien y el mal en una escala de grises muy difusa.Asi, el periodista travestido como vexillum de nuestras defensas ante la agresion del poderoso, pues la suya se trata de una profesion fundamental para el ejercicio de la democracia y que responde a los derechos (constitucionales) del ciudadano a estar informado de la realidad que lo circunda, se ha encarnado, en muchas de las peliculas señeras dentro de este indiscutible genero, en reportero que no superaria una analitica, minima en nivel de exigencia moral, sobre su comportamiento personal, pero si en perfecto fiel de la ciega balanza de la justicia.Cuando la camara gira 180 grados, en un metaforico homenaje a El regador regado (Hermanos Lumiere, 1895), con el que el cine aprendia a narrar, el gran angular nos muestra unos paisajes fisicos y humanos que nos sorprenden por lo que de rompe-mitos contienen, eso si, a cambio de mostrarnos una carne tan real como la del propio espectador.
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