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Ester
13/11/2025
Bolsillo
Leer a Anne Rice siempre es una experiencia envolvente. Tiene ese don de transformar lo sobrenatural en algo íntimo, casi palpable, y de hacer que uno se pierda entre sus descripciones góticas y su profunda exploración del alma inmortal. El ladrón de cuerpos no es la excepción. Desde las primeras páginas, la historia atrapa con su tono melancólico, su reflexión sobre la identidad y la eterna búsqueda de satisfacción que persigue a los vampiros —y en particular, a Lestat. La trama, centrada en el misterioso intercambio de cuerpos entre Lestat y un desconocido, me pareció fascinante. Rice logra que uno se cuestione qué define realmente a una persona: ¿el cuerpo, el alma, la conciencia? A través de ese juego de identidades, la autora despliega toda su capacidad para crear tensión y para sumergirnos en los dilemas morales y existenciales de sus criaturas. Sin embargo, debo admitir que el desenlace del misterio del ladrón de cuerpos me dejó un tanto indiferente; después de tanta intriga, esperaba algo más contundente o sorprendente, y el cierre me pareció más funcional que impactante. Aun así, la novela sigue siendo un viaje apasionante. Rice escribe con esa mezcla inconfundible de sensualidad, oscuridad y filosofía que tanto disfruto, y que convierte incluso los momentos más inverosímiles en pura literatura. Y, cómo no, está Lestat. Ese ser tan fascinante como insoportable. Por momentos uno no puede evitar admirarlo, y al siguiente, querer darle la espalda. Es egoísta, caprichoso, y parece incapaz de aprender de sus errores. Siempre se lanza al peligro por simple deseo o aburrimiento, sin pensar en las consecuencias ni en el daño que causa a quienes lo rodean. Esa naturaleza suya —tan humana en su egocentrismo, tan monstruosa en su falta de empatía— es precisamente lo que lo hace un personaje inolvidable, aunque, para mí, profundamente desagradable. De hecho, en un par de escenas en esta novela me ha parecido realmente asqueroso su comportamiento