Obra dedicada, en su mayor parte, a la vida de Pepe Sancho. No va a ser nada fácil resumir los 68 años de tan azarosa travesía en un par de folios. No obstante, lo voy a intentar, esperando que estas líneas te den una idea de mi propósito al decidir, hace ya más de ocho años, relatar mis vivencias junto a mi hermano.
Nos apoyábamos mutuamente en todo cuanto emprendíamos, cada cual en la medida de sus posibilidades. Siempre estuve a su lado, en lo bueno y en lo malo. Tanto en éxitos como su osada aventura teatral, con María Asquerino y Ana Mariscal, el musical Eslava 101, la premièrè de Carne Trémula, de Almodóvar o la recogida del Goya, como en lo malo. Desde su detención e ingreso en prisión, algunos de sus fracasos, que también los hubo, hasta la enfermedad que lo llevó al borde de la muerte, en 1984.
Y… viajes, muchos viajes a diversos lugares del mundo, a los que él, con su acostumbrada generosidad, nos invitaba a mí y a mi pareja. Más de una decena de países, a ambos lados del Atlántico, visitamos juntos, desde Escocia a Louisiana, pasando por Suecia, Gran Bretaña, Austria, Alemania, Italia, Mónaco, Dinamarca, Nueva York… Experiencias irrepetibles que experimentamos juntos y que yo he llevado siempre en mi corazón.
Su sorprendente unión con María Jiménez fue para mí una especie de shock. Especialmente porque, tan solo unos meses antes de anunciarnos su boda, estuvimos pasando unas cortas vacaciones en Francia, con Isabel Tenaille y tres semanas más tarde, con María «La Portuguesa», otra firme candidata a «cuñada», que, lamentablemente, no llegó (tampoco) a buen fin.
La mala influencia llegó a salpicar mi relación y la de mi primera esposa con mi propia madre. Durante más de tres años, no crucé una sola palabra ni con mi hermano ni con mi propia madre, pero eso se relata detalladamente en las «Biografías Paralelas».
En 2002, llegó RM, con quien mi hermano contrajo matrimonio en julio de 2007. Ese fue el inicio de un proceso, creo que muy bien planificado, por parte de RM, para alejar a mi hermano de toda su familia y de sus más íntimos y queridos amigos (algunos de los cuales también lo fueron —son— míos). Ella hizo todo cuanto pudo por romper todos esos vínculos, tanto familiares como de profunda amistad.
Hechos constatados: en abril de 2012, la brecha entre Pepe y yo ya se había ensanchado demasiado. Pepe vino a mi oficina —que no a mi casa, y eso que éramos convecinos en Manises— a comunicarme (confidencialmente) su, a la postre, mortal enfermedad. A partir de entonces, todos mis intentos (y los de mi esposa) por acercarme a él fueron sistemáticamente torpedeados, cuando no impedidos directamente por Reyes Monforte. A tal punto llegó su estrategia que (tengo las pruebas) era ella la que respondía los correos electrónicos que me cruzaba con mi hermano en sus últimos meses de vida.
Nadie de mi familia trató de hacerle daño nunca. Fue acogida en la familia como una más. Pero… saquen ustedes sus propias conclusiones.
