Lo primero que me llamó la atención de las narraciones, algo con lo que me costó poco simpatizar, fue que el territorio común de varios de ellos fueran los bares, lugares donde, igual que el autor, uno se siente cómodo y donde, a través de la observación más elemental, uno puede aprender de la vida más que en la universidad. Que los personajes fueran personas desubicadas, excéntricos, locos, dipsómanos, etcétera, (recurso que aunque no sea nuevo le sirve para salvarse de la grandilocuencia, algo de lo que un escritor, primerizo o no, debería de huir como de la peste), también me hizo sintonizar enseguida con las historias de este libro. Haber compartido con Solernou barrio y escuela durante muchos años (como dijo Rainer María Rilke la única patria del hombre es su infancia), también hace que mi acercamiento a Desmemorias de un amnésico sea desde la simpatía y el afecto. Sin embargo y tratando de ser objetivo, estos relatos, más allá de mis filias y mis fobias, son interesantes para cualquiera que le guste leer y, sobre todo, desee pasar un buen rato en compañía de unos textos que, además de hacerle reír, le van a hacer pensar. Las narraciones son frescas y están bien escritas pero más que su unidad en ese sentido (sería demasiado pedir a un autor que en su primer libro muest