El Discurso del método fue dado a conocer por Descartes cual si de una "historia" se tratara, pues pretendía que cada uno de sus lectores se cuestionar qué podía "imitar" de la historia que hacía suya. Si adoptamos la concepción de la lectura que Descartes nos propone, no será difícil que establezcamos una productiva conversación con este texto, cuyo interés y contenido, dada la riqueza del mismo, dependerán de cuáles fueron nuestras preocupaciones teóricas y de la oportunidad y sagacidad con que hagamos surgir las preguntas.Verdad es que el tratamiento académico de esta aobra y, por supuesto, el escolar vienen obrando en contra de la propuesta cartesiana en un doble sentido. Por una parte, siguen reduciendo su presencia a las cuestiones metodológicas y de reorganización de la metafísica; por otra parte, persiste la tendencia a resaltar la heterogeneidad de los elementos que lo integran y las distintas fases de su composición. La presente edición no reduce a anécdota ni una sola de las alusiones consignadas a datos, personas y obras; por el contrario, central, tal y como lo hace el texto, la atención sobre "los principios" de la nueva filosofía y mantiene abiertas otras propuestas, aunque su desarrollo requiera la lectura de los ensayos: Dióptrica, Meteoros y Geometría.
Ficha técnica
Editorial: Krk Ediciones
ISBN: 9788483673072
Idioma: Castellano
Número de páginas: 160
Tiempo de lectura:
3h 44m
Fecha de lanzamiento: 13/12/2010
Año de edición: 2010
Plaza de edición: Oviedo
Colección:
Penguin Clásicos
Penguin Clásicos
Alto: 17.0 cm
Ancho: 12.0 cm
Especificaciones del producto
Escrito por René Descartes
Nació en 1596 en La Haye, Turena (Francia). Junto a los típicos estudios clásicos, Descartes estudió matemáticas y escolasticismo, con el propósito de orientar la razón humana para comprender la doctrina cristiana. Estuvo muy influido por el Catolicismo. Se licenció en Derecho en la Universidad de Poitiers, sin embargo, nunca ejerció la profesión jurídica. En 1649 Descartes fue invitado a la corte de Cristina de Suecia en Estocolmo para dar a la reina clases de filosofía. Aquí murió en 1650 de una pulmonía. Diecisiete años más tarde, su cadáver volvió a París, donde fue sepultado.