Este paradójico ensayo, en el que sobrevuela Epicuro, aunque solo se le cite en tres ocasiones, contiene dos partes bien diferenciadas. La primera es un conjunto de breves artículos en los que se reflexiona ingeniosamente sobre temas filosóficos y sociales que desembocan en magníficos aforismos. En la segunda, entran a dialogar famosos filósofos sobre la naturaleza del alma y otros temas. Un diálogo entre el autor y Cadmo, el fenicio creador del alfabeto, inicia una serie de reflexiones sobre la filosofía del lenguaje, que se continúa en el diálogo que mantienen Aristeo y Polifilo sobre la lengua en relación con la Metafísica. Por su ingenio, por su espíritu paradójico, por su belleza literaria, este variado ensayo destila elegancia y claridad. ÓPerdonemos al dolor y sepamos que es imposible concebir felicidad mayor de la que poseemos en esta vida humana, tan dulce y tan acerba, tan mala y tan buena, ideal y real a la vez, que contiene todas las cosas y concilia todos los contrastes. Ella es nuestro jardín, y es preciso cultivarlo con celo." El jardín de Epicuro
Ficha técnica
Traductor: Manuel Ciges Aparicio
Editorial: Trifaldi
ISBN: 9788412817560
Idioma: Castellano
Número de páginas: 138
Encuadernación: Tapa blanda
Fecha de lanzamiento: 17/12/2025
Año de edición: 2025
Plaza de edición: Es
Número: 17
Alto: 23.0 cm
Ancho: 15.0 cm
Peso: 210.0 gr
Especificaciones del producto
Escrito por Anatole France
Anatole France recibió el Premio Nobel en 1921. Académico desde 1896, defendió a Zola —vilipendiado por su defensa de Dreyfus— con entusiasmo, se convirtió en un ardiente militante socialista (soy socialista por placer, diría) y fue uno de los fundadores del periódico L’Humanité en 1904. Proust lo convertiría, bajo el nombre de Bergotte, en uno de los personajes de En busca del tiempo perdido.
Más agnóstico que ateo, más liberal que progresista, más libertino que enamoradizo, más moralista que filósofo, en sus últimos años se había convertido en el escritor más odiado por los surrealistas. Murió en 1924. Su sillón en la Academia fue ocupado por un escritor que estaba artísticamente en sus antípodas: Paul Valéry.
Amarga a veces, pero siempre impregnada de humor negro, La isla de los pingüinos parece haber sido escrita para los lectores de hoy.