Desde antiguo la Vega de Granada ha constituido uno de los espacios agrícolas de más fertilidad de toda la Península Ibérica. Queda enmarcada por un circo de montañas de relieve áspero, hoy con esas tonalidades grisáceas y de un marrón desvaído que da la piedra desnuda, pero en el pasado cubiertas sin duda por recios bosques mediterráneos. Estas montañas protegían la llanura de las invasiones, pues sólo se podía acceder a ella por algunos pasos de fácil defensa. Es más, al sur se situaba Sierra Nevada, una cadena montañosa verdaderamente inexpugnable que contaba con algunas de las cimas más altas de la Península. En ellas la nieve se acumulaba durante buena parte del año para iniciar el deshielo en la primavera. Los ríos que nacían en sus faldas eran los responsables de esa privilegiada Vega, a la que aportaban los sedimentos que la conformaban y el agua que le daba vida.