Desde antiguo la Vega de Granada ha constituido uno de los espacios agrícolas de más fertilidad de toda la Península Ibérica. Queda enmarcada por un circo de montañas de relieve áspero, hoy con esas tonalidades grisáceas y de un marrón desvaído que da la piedra desnuda, pero en el pasado cubiertas sin duda por recios bosques mediterráneos. Estas montañas protegían la llanura de las invasiones, pues sólo se podía acceder a ella por algunos pasos de fácil defensa. Es más, al sur se situaba Sierra Nevada, una cadena montañosa verdaderamente inexpugnable que contaba con algunas de las cimas más altas de la Península. En ellas la nieve se acumulaba durante buena parte del año para iniciar el deshielo en la primavera. Los ríos que nacían en sus faldas eran los responsables de esa privilegiada Vega, a la que aportaban los sedimentos que la conformaban y el agua que le daba vida.
Cuando Napoleón se coronó emperador, Granada era una ciudad con un perfil dominado por las masas de conventos e iglesias parroquiales, y lo mejor de su solar ocupado por fundaciones religiosas y casas propiedad de estas. Hasta el rincon mas angosto estaba protegido por una cruz u hornacina, las calles eran recorridas con frecuencia por procesiones y los trajes talares se veian por doquier. Aunque esta ciudad se adentraba en una profunda crisis, las iniciativas ilustradas para transformarla habian tenido un limitado alcance. Serian los franceses los que darian el primer paso drastico en la destruccion de la ciudad sacralizada del Antiguo Regimen, al suprimir las ordenes religiosas masculinas y transformar sus conventos en edificios de uso publico. Por otra parte, los propios franceses realizaron o terminaron obras de mejora urbana, algo que fue posible gracias a la economia de guerra y a la ferrea direccion de Horace Sebastiani, un culto e implacable general que conto con el asesoramiento de afrancesados tan ilustres como Simon de Argote o Francisco Dalmau. A los invasores se debe tambien el primer intento de crear un museo de pinturas en Granada. Pero las medidas de caracter modernizador estuvieron acompañadas de los horrores de la guerra, en particular del expolio de los recursos economicos y del saqueo del patrimonio artistico conventual.
Durante la etapa romántica la Alhambra pasó de ver amenazada su existencia a ser objeto de activas campañas de restauración. Polémicas de ámbito local y nacional envolvieron las intervenciones, acometidas las mas de las veces por artifices con una deficiente formacion teorica y practica. Los debates estuvieron centrados al igual que lo siguen estando hoy, en si el restaurador debe limitarse a consolidar o debe recuperar una imagen unitaria, si respeta la patina o devuelve el supuesto brillo primigenio, si conserva el valor documental o lo sacrifica en el altar del valor artistico.El libro no se limita a trazar el complicado itinerario de las restauraciones, sino que tambien ilumina la microhistoria de una ciudadela por la que desfilaron algunos de los mas celebres escritores y artistas de la epoca, desvelando cual era la realidad social que habia tras la onirica cortina del romanticismo.
El escritor Richard Ford (1796-1858), considerado el primer hispanófilo inglés, pasó largas temporadas en Granada, donde dejó una huella que una descendiente suya, Lily Ford, ha tratado de recuperar en una visita a la ciudad que inspiró algunas de las publicaciones de este autor del Romanticismo.