PARIS / PARIS

Una cosa es segura: el parisino ama su ciudad por principios... y sin ella no puede vivir. O por lo menos eso dice hasta que llega a la jubilación, o sea, hasta que se muda con todos sus enseres a algún sitio cerca de Antibes… “por el clima”. Pero claro, eso no significa que deje por eso de sentirse parisino. Uno no puede desprenderse de ese carácter como si se cambiara de camisa. Vivir en París es una vocación. Y sin embargo, el parisino odia su propia ciudad como ningún otro, aunque no lo reconocería nunca en presencia de extraños. Para entender ese conflicto hay que tener en cuenta que París está compuesto de dos partes para la mayoría de sus habitantes: el París propio, ése en que uno reside, y el París que rodea el ámbito personal. Es ese último París el que normalmente se percibe como una molestia, un mal necesario, consistente en calles atascadas, autobuses repletos, apestosas estaciones de metro y demasiadas personas desconocidas. El París que el parisino realmente adora es la ciudad de su hábitat más directo. Ese París no se llama París, sino “Sixième” o “Quinzième” o, algo más familiar, Saint-Germain, Montparnasse, Le Marais... Pero, ¿es París realmente una gran metrópoli? Sólo a los ojos de los forasteros. Los parisinos, en cambio, viven cada uno en “su” pueblo.