Una novela sobre la pasión, el sentido del deber y el poder sanador de la música.
La joven Sasha vive sus momentos más tristes tras la muerte de su madre. Su marido Piotr, un hombre sencillo interesado solo en las plantas de su jardín, es incapaz de consolarla y de romper el muro de silencio creado en la pareja. Pero es el encuentro con Iván Ilich, un talentoso pianista y músico lo que pone patas arriba la vida de Sasha: su interpretación de la Romanza sin palabras de Mendelssohn provoca en la mujer una felicidad inesperada y unas inmensas ganas de vivir. Sofia Tolstaia proyecta en Sasha su propia historia. En ella se reflejan los crecientes malentendidos con su esposo y la desesperación por la trágica muerte de su hijo menor. Y como Sasha, Sofia encuentra consuelo en la música de un pianista y compositor.
Ficha técnica
Traductor: Fernando Otero Macías
Editorial: Xordica
ISBN: 9788416461547
Idioma: Castellano
Número de páginas: 176
Tiempo de lectura:
4h 7m
Encuadernación: Tapa dura
Fecha de lanzamiento: 20/03/2023
Año de edición: 2023
Plaza de edición: Zaragoza
Colección:
Envistas
Envistas
Número: 18
Alto: 21.0 cm
Ancho: 14.0 cm
Especificaciones del producto
Escrito por Sofia Tolstaia
(Pokróvskoie-Stréshnevo, Rusia, 1844-Yásnaia Poliana, Rusia, 1919). Escritora, copista y fotógrafa, Sofia Andréievna Behrs se casa a los dieciocho años con el novelista Lev Tolstói, de treinta y cuatro. Se dedica entonces al cuidado de su esposo, de la finca de Yásnaia Poliana y de sus trece hijos, y renuncia durante mucho tiempo a su producción literaria, aunque se encarga de transcribir los manuscritos de su marido, del que es su lectora y crítica, y estará al cargo de su legado. Tarda en retomar la escritura y llega a publicar en vida textos menores, como una colección de poesía en prosa y cuentos para niños. En cambio, los grandes relatos autobiográficos, como ¿De quién es la culpa? (Xordica, 2019) y Romanza sin palabras –que ahora publicamos–, así como las memorias basadas en sus diarios quedaron inéditos. Tampoco vio cumplido en vida su deseo de convertir su residencia en museo estatal. Murió dos años después de la Revolución rusa.