Inventamos sistemas de representación Óproyecciones ortogonales, curvas de nivel, poemasÓ para hacer inteligible la realidad, para poder apreciarla en su conjunto, para predecirla, para darle sentido o nitidez. Pero no contamos aún con una fórmula que permita calcular cuánta realidad queda Óy cuánta muereÓ en la representación. Habrá, pues, que elucidar, de una vez por todas, para qué sirven Óy para qué noÓ las palabras. No tienen manos para espantar el miedo, así que no socorren al insomne. Nos expulsan del tiempo a empellones, nos vuelven manes, fábula; pueden, por tanto, inventariar lo que fue vivo, pero no regenerar presencia, pulsación. Igual que, en la fotografía de una multitud, un dedo se posa sobre un rostro que sonríe, sirven, sí, para señalar un instante de belleza inadvertida; aunque no sepan retenerlo, ni devolvérnoslo.