Un año en Nueva York sin electricidad ni papel higiénico. Un progre con complejo de culpa estalla, se niega a consumir nada envasado en plástico, se convierte a lo orgánico, se vuelve un nazi de la bici, desenchufa los plomos, recicla sus excrementos como abono, y en general se transforma en un lunático abraza-árboles que pretende salvar a los osos polares y el resto del planeta de la catástrofe medioambiental, arrastrando por el camino a su niña de dos años y a su esposa adicta a Prada y a los hoteles de cinco estrellas. «Desde hace casi un año, tratamos de sobrevivir en plena ciudad sin causar ningún impacto neto al medioambiente. Eso significa generar el mínimo de basura (así que nada de comida para llevar), no emitir dióxido de carbono (nada de conducir ni subirse a un avión), no verter toxinas en el agua (nada de detergente). Y, a la vez, hay que compensar el impacto que no conseguimos evitar (por ejemplo, plantando árboles). Ni hablar de ascensores, ni de metro, ni de comprar productos envasados, ni de plástico, ni de aire acondicionado, ni de tele, ni de papel higiénico» (Colin Beavan, The New York Times). ¿De verdad piensas que el consumismo da la felicidad?
Aunque la frecuente atención que dedican los medios a la identificación de delincuentes mediante el ADN da la impresión de que la dactiloscopia ha quedado anclada en los tiempos de Sherlock Holmes, lasestadísticas de ambas técnicas cuentan una historia diferente. Hasta marzo de 2000, el departamento de policía de la ciudad de Nueva York había conseguido, con la técnica del ADN, un total de 200identificaciones de sospechosos. En cambio, en 1999, en un solo año, había efectuado 1.117 identificaciones a partir de huellas halladas en el lugar de un crimen, seis veces más que las logradas con ADN entoda la historia del departamento.(COLIN BEAVAN)Desde las pinturas rupestres, la huella de la mano siempre ha sido un signo identificador de la humanidad. Ya en el 600 a.C. chinos y japoneses la utilizaban para firmar contratos, y más de mil trescientos añosdespués, en 1859, un gobernador inglés de un distrito de Bengala incorporó esta aplicación a documentos oficiales. Las sociedades industrializadas necesitaban cada vez más medios de identificación duraderos, objetivos y fiables, y el interés de algunos científicos por las huellas dactilares, en principio sin propósito práctico, sentó las bases para una nuevo sistema de control cuya eficacia en la investigación criminalacabaría siendo demostrada. Pero el camino hacia esta demostración fue largo y difícil, pues a la policía y a los jueces les costaba creer que la simple marca de un dedo pudiera ser una prueba irrefutable.Huellas dactilares es la fascinante reconstrucción de la vida y los esfuerzos de los pioneros de la nueva técnica dactiloscópica, de sus batallas científicas y legales, y de los primeros casos criminales en queintervinieron.
A los ojos de los demás, Maggie Fortenberry es sinónimo de éxito y felicidad. Pero las apariencias engañan, pues en realidad, ella ha perdido la ilusión de vivir, ya que los remordimientos del pasado le impiden disfrutar del presente.Desde la muerte de Hazel Whisenknott, su amiga intima y fundadora de la agencia inmobiliaria en la que trabaja, Maggie quiere dar un giro a su vida, pero en seguida se da cuenta de que es demasiado joven o demasiado vieja para segun que... De pronto da con lo que ella considera un plan perfecto.Sin embargo, los planes no siempre resultan ser tan magnificos como uno desea, y cuando Maggie esta a punto de darse por vencida, empezara a ver la luz.se vera envuelta en un misterio que le devolvera el optimismo y le permitira reirse de todas sus preocupaciones.
In the growing debate over eco-friendly living, it seems that everything is as bad as everything else. Do you do more harm by living in the country or the city? Is it better to drive a thousand miles or take an airplane?In NO IMPACT MAN, Colin Beavan tells the extraordinary story of his attempt to find some answers - by living for one year in New York City (with his wife and young daughter) without leaving any net impact on the environment. His family cut out all driving and flying, used no air conditioning, no television, no toilets. . . They went from making a few concessions to becoming eco-extremists. The goal? To determine what works and what doesn't, and to fashion a truly 'eco-effective' way of life.Beavan's radical experiment makes for an unforgettable and humorous memoir in an attempt to answer perhaps the most important question of all: What is the sufficient individual effort that it would take to save the planet? And what is stopping us?