George Dickie ha sido un referente obligado en el mundo de la cultura desde que en 1969 publicó su artículo “Defining Art”, en el que consideraba el arte como una actividad que sólo podía entenderse en el marco de prácticas institucionales. A su nombre se asocia la “teoría institucional”, que sitúa la clasificación de los objetos como obras artísticas en el conjunto de prácticas institucionales y sociales de lo que él llama el mundo del arte, más que en rasgos ontológicos o en elementos de la experiencia humana. Una obra es obra de arte a causa de su posición en un contexto institucional. En El círculo del arte, Dickie revisa las anteriores versiones de la teoría institucional, saliendo al paso de las críticas que se han hecho a las mismas, y expone una teoría clasificatoria que no trata de explicar por qué asignamos valor a determinadas obras de arte, sino que se limita a enunciar las propiedades suficientes para su caracterización: la artefactualidad y la posibilidad de presentación a un público perteneciente a ese medio, así como los roles de cada una de las personas que forman parte de ese mundo. La teoría institucional, pues, marca una aguda ruptura con la teorización tradicional del arte.
El siglo del gusto es un libro ya clásico sobre la estética del siglo XVIII, y es también un libro polémico, en especial por su juicio de la estética de Kant y su defensa de las tesis de Hume, que constituyen una de las bases fundamentales del pensamiento de Dickie.
Es un hecho indudable que ante un paisaje montañoso, al ver una rosa, al contemplar o escuchar obras de arte, y ante otras muchas cosas experimentamos placer. También decimos de los objetos de estas experiencias, o de sus propiedades, que son bellos, delicados, sublimes... Determinadas vistas y sonidos nos desagradan, lo cual también conlleva diversas distinciones. La teoría del gusto supuso el intento filosófico del siglo XVIII de proporcionar una explicación de dichos sujetos y del placer o "desplacer" que sentimos con ellos.