Akenatón fue un faraón desconocido hasta fines del siglo XIX. Recién ahora se lo estudia como el hombre que pudo sembrar la semilla del judeocristianismo. ¿Era monoteísta su religión? ¿Por qué la existencia de este faraón fue sumergida en un olvido de tres milenios? ¿Están inspirados algunos salmos bíblicos en su Himno a Atón? ¿Cuál fue el rol de Nefertiti, la esposa de Akenatón, en esa época convulsionada? ¿Qué sucedió en Amarna, la ciudad fundada en honor al dios que desplazó a los innumerables dioses del olimpo egipcio? ¿Eran egipcios los primeros integrantes del Éxodo? Dulitzky responde estos y muchos otros interrogantes en las páginas de este libro a partir de hipótesis documentadas que permiten considerar a Akenatón uno de los primeros hombres que produjeron una revolución espiritual en la historia de la humanidad. Pero no pudo vencer al clero tradicional, y por ello fue asesinado y su prédica sepultada en el olvido. El descubrimiento tardío de su epopeya lo transforma en un digno antecesor de Moisés, Jesús y Mahoma.
Las culturas egipcia y judía, separadas por trescientos kilómetros de desierto, tuvieron mujeres que se diferenciaron en forma sorprendente. Las egipcias llegaron a ser importantes reinas, mientras que las matriarcas judías fueron sufridas, a menudo estériles, violadas y sometidas. La lectura de esta obra proporcionará al lector los pormenores de veintiocho mujeres que forman parte de la historia de la civilización occidental.
Este libro se basa en los últimos hallazgos históricos, así como en diversas interpretaciones coincidentes acerca de la auténtica naturaleza histórica de Jesús: su origen judío, su prédica basada en la religión de sus antepasados, sus vínculos con la secta de los esenios, su decidido enfrentamiento con el Imperio romano. Durante dos milenios la figura de Jesús fue cambiando según el estado de las creencias religiosas de cada época. Recién en el siglo XX, con el hallazgo de los manuscritos de Nag Hammadi y de los rollos del Mar Muerto, se ha podido contar con nuevos elementos para echar luz sobre su vida y su entorno histórico. Esos testimonios permiten asegurar que el juicio, la sentencia y la ejecución de Jesús fueron responsabilidad del Imperio romano y no, como se ha creído erróneamente, del pueblo judío. El Vaticano ha llegado a las mismas conclusiones. La acusación de deicidio que los judíos han debido soportar es un equívoco histórico que debe ser corregido. El reconocimiento de la judeidad de Jesús permitirá un acercamiento entre judíos y cristianos que posibilitará a los primeros aceptarlo como un profeta de su grey; un profeta que, para los cristianos, es Dios.