Éste es un libro imperdonablemente antiguo. Versa sobre el tratamiento escasamente novedoso que un veterano (Fredric Jameson, Cleveland, 1934) hace de una idea muy arcaica (la dialectica, Atenas, siglo IV a.C.). Todo, pues, muy demode. Al calor bullicioso de la post-teoria, se nos invita hoy a regresarnos a las cosas mismas (a los cuerpos, los lugares, los afectos, los traumas, las memorias) en un alarde de fenomenologia y positivismo impudicamente ceñido a las exigencias ideologicas del poder, cada vez mas local, que subvenciona la investigacion. Evocar, en este contexto, la pasion dialectica de Fredric Jameson supone conjurar un lejano horizonte de reflexion especulativa donde confluyen, bajo el estrabismo divergente y totalizador de Sartre, la dialectica negativa de la teoria critica (Adorno) y la compulsion diferencial de cierta teoria fuerte (Derrida, Deleuze). La dialectica nos recuerda que entre las palabras y las cosas se extiende la fantasia conjetural de los conceptos. Una fantasia remota, pero quizas legitima.
La adicción de Cervantes a la lectura le empujaba a leer incluso los «papeles rotos de las calles». Y papeles rotos es una estupenda descripción de la poesía lírica. La poesía española del siglo xx o
La hipótesis Babel es muchos libros pero todos ellos articulan el mismo interrogante: ¿se puede construir/destruir literariamente una torre?, y plantean la misma paradoja: que una torre no es sólo vertical o, más bien, que la verticalidad es una ilusión sostenida por la arquitectura y demolida siempre por la literatura. En el fondo del libro subyace la radical oposición entre arquitectura —siempre efímera, a pesar de su elevada apariencia física— y literatura —que reconoce una eternidad anterior y más a llá de lo divino, en el corazón mismo del lenguaje, como si hasta los dioses fueran también deudores de la indefinición entre la verdad y mentira, que es la que alimenta la posiblidad de hablar, de contar y, como acto seguramente ya inútil, de escribir—.