Hace unos meses me comentaba un académico venezolano que un periodista extranjero le preguntaba si existía libertad de expresión en su país insinuado así su crítica al presidente Hugo Chávez, el académico le respondió: "No, no la hay, la han secuestrado los medios de comunicación". En Venezuela se ha acentuado hasta la exageración lo que nos puede suceder con la liberad de expresión y el derecho a la información en los países bajo regímenes de democracia representativa y economía de mercado: su secuestro por las elites mediáticas al servicio de una oligarquía empresarial local y un conglomerado de multinacionales extranjeras. Ese secuestro alcanzó el grado de golpe de Estado el 11 de abril del año 2002 con la complacencia de países "ardorosos defensores de la libertad de expresión" como España o Estados Unidos. Esos días, como bien documenta este libro del Premio Nacional de Literatura Luis Britto García, los medios llamaron a la insurrección contra el presidente y el orden constitucional, los militares sublevados se convirtieron en protagonistas de las noticias y los primeros muertos de las manifestaciones, a pesar de ser partidarios del presidente, fueron cargados sobre las espaldas de Hugo Chávez. Como ejemplo este extracto del editorial del 13 de abril de uno de los periódicos de mayor tirada, El Nacional, desempolvado en esta obra: "ha hecho bien el nuevo presidente Pedro Carmona Estanga en prescindir, de un plumazo, de estos esperpentos institucionales, devaluados ética y moralmente por la escasa gallardía con que sus representantes ejercieron el cargo". (...)
En mi biblioteca sólo hay dos clases de libros: los que sé que tengo pero no aparecen, y los que aparecen sin que yo supiera que los tengo. No menciono volúmenes prestados, de los cuales ninguno regresa. Nunca los declaro difuntos hasta que su cadáver no es desenterrado en una biblioteca ajena. Hay tomos insurgentes, que cogen el monte de las estanterías y burlan todo operativo de captura. Hay los fantasmas, que se desvanecen. Hay los repetidos, que compré dos veces por no saber dónde tenía guardado el mismo título, o por ignorar que a pesar del título distinto era el mismo libro. Están los tímidos, que la sirvienta deja con el lomo contra la pared y se resisten a revelar su identidad. Hay las ediciones solteronas o vírgenes que por su prestigio debemos frecuentar pero cuya sola vista acongoje. Hay la inmensa mayoría de la que no se puede decir ni bien ni mal y que nunca volveremos a tocar porque no siempre es puerta de la luz un libro abierto: puede ser ventana hacia el fastidio o fosa de un prestigio inventado por la crítica. Hay en fin los eternos, que no es necesario tener en la biblioteca porque los lleva uno en el alma como cicatrices. Si llego a poner orden en mi biblioteca lo pondré también en mi vida. Entonces todo habrá concluido.