En cierta ocasión le preguntaron a un enfermo porqué no le pedía a Dios que le curara de su aflicción. Aquel respondió: «En primer lugar estoy seguro de que el amoroso Dios no me habría afligido si eso no fuera lo mejor para mí. En segundo lugar, sería erróneo desear mi voluntad y no lo que Dios quiere para mí. En tercer lugar, ¿por qué habría de pedirle al rico, amoroso y generoso Dios algo tan insignificante?».
A la manera agustiniana, la espiritualidad que se sostiene en estas páginas propone un camino de la interioridad que paradójicamente deshace la nada que somos en pos de reencontrar la divinidad que nos constituye y excede. Para ello entonces es menester practicar un absoluto desasimiento de la voluntad, de nuestro cuerpo, de nuestros vicios pero tambien de nuestras virtudes y llegar asi a encontrar la infinitud que nos habita hasta hacernos uno con lo eterno. No hay salvacion por las obras ni por el merito: incluso las buenas acciones son una pura nada. Pues para dejar sitio a Dios, el yo debe borrarse y desaparecer.