Mariano Hernández MonsalveLa esquizofrenia, la más paradigmática representación del enfermar mental, mantiene toda su vigencia en el filo de su centenario. El diagnóstico de la esquizofrenia, a pesar de la ingente cantidad de datos de investigación acumulados, a día de hoy, sólo es posible por aproximación mediante entrevista, mediante conexión interpersonal con el paciente y valiéndose de la información complementaria de los familiares o personas próximas al afectado. En orden al diagnóstico, las pruebas biológicas sirven para descartar el padecimiento concomitante de alguna otra enfermedad, de la que los síntomas aparentemente esquizofrénicos pudieran ser mera expresión sintomática, pero no proporcionan criterios para el diagnóstico positivo de esquizofrenia. La esquizofrenia se caracteriza por una gran heterogeneidad tanto en los factores de vulnerabilidad y de riesgo, como en la expresividad clínica, en la evolución y en tantos otros parámetros. También en lo que se refiere a los paradigmas o modelos conceptuales, clínicos y asistenciales, asistimos a una amplia heterogeneidad y proliferación de investigación muy diversas, entre las que es difícil construir modelos integradores que den cuenta de los distintos hallazgos.
El trastorno bipolar de hoy es el heredero directo de la enfermedad maníaco-depresiva kraepeliana, que, junto con la esquizofrenia y la paranoia, ha venido alojando, con sus similitudes y diferencias, el encuadre conceptual de la enfermedad mental en Occidente. La situación clínica y asistencial de los trastornos bipolares se corresponde con frecuentes claroscuros, ya que, a pesar del aumento de tratamientos disponibles, los datos indican que la incidencia, la prevalencia, la frecuencia de recaídas, la comorbilidad, las complicaciones y el deterioro funcional de los pacientes bipolares han aumentado en la última década. En las últimas dos décadas, la importancia del trastorno bipolar ha ido creciendo a instancias de un concepto clínico más amplio de enfermedad: el espectro bipolar. El espectro es la forma de conceptuar la relación entre las formas más graves de las enfermedades afectivas, tanto unipolar como bipolar, y las formas leves, incluyendo características consideradas propias del temperamento. Es aún motivo de extrañeza y admiración el hecho de que, a día de hoy, el litio sea uno de los pocos tratamientos que tiene un perfil de indicaciones y de manejo clínico muy similar al descrito originalmente (motivo, entre otros, por el que algunos autores proponen denominar al trastorno bipolar "síndrome de Cade" en reconocimiento al autor del descubrimiento de las propiedades terapéuticas del litio y de su especificidad para el trastorno/espectro bipolar). Hoy en día, no es posible plantear prevención primaria e intervenciones universales. Sí cabe plantear prevención indicada, tratando síndromes subsindrómicos. Otra cuestión inevitable ante cualquier digresión sobre la dimensión clínica y humana del trastorno bipolar es su relación con el contexto cultural y con la creatividad.Mariano Hernández Monsalve