Ni siquiera tiene nombre. Y es que nadie habla con ella, como no sea para pedir libros en préstamo. Su consuelo: las buenas lecturas (siempre de autores muertos) y estar rodeada de seres incluso más tristes que ella.Se pasa los dias ordenando, clasificando, poniendo signaturas. No pensaba ser bibliotecaria, pero abandono las oposiciones por un hombre. Ahora el amor le parece una perdida de tiempo, un trastorno infantil. Claro que el deseo es muy traicionero, y ella guarda unos pendientes en el cajon.Preferiria la seccion de historia a la de geografia, alli en el sotano de una biblioteca de provincias, donde lleva la mitad de la vida, donde ya empieza a ser vieja, pero el anonimato al menos le concede pequeñas venganzas. De las que quizas solo ella se percata. Porque, ademas, en el orden de la biblioteca se cifran las jerarquias de la vida: la de los ricos y los pobres, los privilegiados y los subalternos, los que tienen un amor y los que no.Pero cuando no hay nadie, cuando la biblioteca esta cerrada, incluso puede y sabe- darle voz a su neurosis, a sus angustias, al vertigo del saber libresco. Y entonces descubrimos que los neuroticos pueden ser buenos narradores, cosa no tan evidente. Cosa que tal vez logran, sobre todo, los buenos fingidores, los escritores que dan vida a los buenos personajes.Solo le queda, pues, la literatura. Para elevarse, dice ella. Los libros, los buenos libros. Y quiza, tambien, los buenos lectores, que van a la biblioteca en busca de algo mas que calefaccion o aire acondicionado, y que dan vida a las grandes historias, como el breve monologo de esta mujer insignificante, que relata su desencanto con acritud y humor. ¿O es un dialogo? ¿O acaso la pregunta tiene sentido?Un texto precioso que, desde luego, reclama todas las lecturas del mundo. La primera novela publicada de Sophie Divry, que tiene treinta años, vive en Lyon y ojala escriba y publique mucho mas.
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