Tito Livio y Tácito son, sin disputa, los dos máximos exponentes de la historiografía latina. Entre la historia republicana de Livio y la historia augusta de Tácito no han transcurrido más que un siglo y doce emperadores, pero no es posible descubrir entre ambas obras semejanza alguna. Del epos se ha pasado a la tragedia. En vano intentaremos buscar al hombre, al individuo, a menos que sea un enemigo encarnizado o un relevante defensor de Roma, en el fervoroso poema de Livio que se inicia con la fundacion de la ciudad y concluye con el lamento de las legiones a la vista del cadaver de un principe imperial caido en el corazon de la Germania enemiga. En cambio, en las paginas de Tacito pierde mucho brillo Roma como pueblo; es el perfil del principe, del caudillo, del ciudadano el que se dibuja aislado en el tiempo y en el espacio. No seria demasiado peregrino rastrear puntos coincidentes entre los dos historiadores: ambos proceden de una familia tradicionista aferrada a las virtudes del pasado, ambos han recibido una sobresaliente educacion oratoria, ambos han vivido en la proximidad de la corte imperial, ambos, en fin, anatematizan el presente en nombre de un pasado que embellecen a distancia. Mas la atmosfera moral en que se mueven esta muy lejos de ser la misma. Augusto y sus familiares habian alimentado la ilusion de que aun era posible dar marcha atras y restaurar las costumbres de los antepasados. Los emperadores del siglo II, sin excluir a los mejores, como Nerva o Trajano, se limitan a meras tentativas de principio. A Tacito le toco vivir demasiado cerca del poder para que pudiera darse cuenta de que despotas crueles y ensoberbecidos gobernaron, o dejaron de gobernar, el Imperio de manera bastante insatisfactoria. A esto se añade que el azar ha jugado en sentido inverso con las obras de Tacito y de Tito Livio: de este se ha conservado el relato de los periodos legendarios y gloriosos; de aquel el de los reinados vergonzosos y sangrientos. De ahi la oposicion, no tan infundada, como puede verse, entre el idealista Tito Livio y el desengañado Tacito. Tacito es el unico entre los grandes historiadores romanos que desafia airoso a la critica moderna. Se le concede como historiador y como psicologo, un credito que no se brinda a ningun otro. Tacito triunfa sobre nuestros corazones actuales de redoblar la desconfianza ante los testimonios. Cuando se le ha leido en su conjunto, no solamente se adquiere el sentimiento de que uno no podra olvidarlo nunca, sin que, arrebatados por la patetica sobriedad de su relato, en ningun momento se nos ocurre preguntarle de donde obtuvo sus informaciones. En cambio, cuado Tito Livio estampa, en su magnifico latin oratorio, una arenga de Anibal o de Coriolano, no nos fiamos mas de ella, por mucho que la admiremos, que de los dialogos que esmaltan el texto de cualquier novela historica. Es que el de Padua, por mas que sea grave y ponderado a su manera, evidencia un exceso de retorica en su modo de escribir la historia, un exceso de patriotismo en su amor por Roma, un exceso de credulidad en el manejo de las fuentes.
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