Por un lado, A trozos posee una articulación fragmentada, llena de saltos espacio-temporales, que va dando un mosaico del mundo que quiere representar, y en la que la alusividad, los sobreentendidos, toman el lugar de las declaraciones expresas y las grandes descripciones. Por medio de un estilo sobrio, sin grandes concesiones poeticas ni florituras retoricas, Nick Hopton consigue un texto que hay que saber leer entre lineas, que obliga al lector a empaparse de un ambiente y a seguir entre los recovecos de su imaginacion una peripecia que por debajo de la aparente cotidianidad esconde la grandeza de la vida real.Porque, por otro lado, la vida de los personajes de A trozos Sim el periodista, el futbolista Jimmy, el rockero Ricky, la broker Mary, etc. es tambien una vida deslavazada, sin un centro o una direccion que la doten de logica aparente, en la que los actos de todos los dias, tan repetidos y tan huecos las cervezas en el pub, las fiestas multitudinarias, el trabajo estresante, las superficiales relaciones amorosas..., luchan por cargarse de un sentido ajeno a toda trascendencia. Esta es la lucha de los personajes de Nick Hopton: lejos del vitalismo existencialista o fenomenologico, que ve en cada momento vital una manifestacion del espiritu (o del impulso, o de la razon vital, etc.), impregnados de la condicion proteica y pasajera de la postmodernidad, los personajes de A trozos no se resignan a dejar de ser sujetos de su propia existencia y se agarran a la mas minima experiencia para tratar de encontrar un asidero o un nicho. Desde una concepcion del mundo en la que la experiencia es la base de la individualidad y que, en consecuencia, exige de la novela accion interior o exterior, Hopton consigue que la cotidianidad se convierta en aventura, que el ambiente londinense de los años 90, tan similar al de otras macrourbes, albergue la posibilidad de tomar las riendas de la propia vida.
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