Esta novela podría suceder en cualquier sociedad de clase alta latinoamericana. Son tantas las similitudes del desprecio por el mundo de las pequeñas élites regionales, que sus personajes resultan conmovedores en lo mejor y lo peor de si mismos. Arturo Ibarra es un terrateniente que hizo fortuna gracias a la explotacion minera del carbon. A medida que pasa el tiempo, y Santa Maria, el lugar donde vive, comienza a ser asolado por la violencia, expulsa a su esposa y tres hijos de ese mundo rural en donde fueron criados por tutores, para fundar ejercitos privados y dar rienda a su desenfreno sexual con jovencitas. La familia Ibarra construye un destino lejos de esa hacienda y consigue, con dinero, afiliaciones a clubes y colegios bilingues, medrar en la pequeña sociedad para encontrar un lugar. El matrimonio de la nieta mayor de Ibarra, hija de Enrique su hijo, con un prototipico politico nacional desencadenara una especie de fresco terrible del desprecio, la antipatia, el egoismo y el triunfo de quienes parecen una familia, pero reivindica, sin embargo, a aquellos que, presos de un destino, como Valentina o Patricio, logran escapar de ese sino, a riesgo de volverse marginales. La exploracion de la sexualidad, del deseo, de la terrible soledad de esos palacios de cristal ajenos para la mayoria, se encuentran estupendamente bien narrados en la segunda novela de Felipe Restrepo quien, en Formas de evasion, su primer libro, habia jugado con la idea de desaparecer ante el hartazgo social. Mientras algunos de sus personajes lo logran, otros, como Daniela o el misterioso y ominoso Akelarri, seran el centro de una intriga trepidante que incluye una secta, unos gurus, mucho dinero, corrupcion, negocios, lujo, moda, dolor, rabia, paraisos artificiales, drogas, alcohol y mucha, pero mucha soledad.
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