Walter Benjamin es una figura escurridiza. Él mismo trazó con detalle y sumo cuidado los contornos de un laberinto por el que extraviar a lectores e intérpretes, para iniciarles en el arte de la flânerie, del vagar sin rumbo, pero a conciencia. El mundo Benjamin murió hace mucho tiempo; ya no hay cuentas pendientes para saldar con él, pero sí con sus textos. Lo que Benjamin dice de Julien Green le es aplicable a él mismo: «No escribe vivencias. Su vivencia es escribir. Pero tampoco imagina. Porque lo que escribe no tolera ningún campo de juego». La escritura de Benjamin, tantas veces abordada desde la constelación del fracaso, perdura. No se ha vuelto obsoleta. Su función poética sigue intacta. Por lo demás, el fracaso, elemento central en su discurso, no es solo un acontecer vital; en el terreno de la representación, es un dispositivo de orden metodológico. A lo largo de los siete capítulos que lo componen, «Las moradas de Walter Benjamin» ofrece, con una prosa que aúna la claridad expositiva y el rigor teórico, pautas imprescindibles para entender la obra de uno de los pensadores clave del siglo XX.