El conservador de un museo de Historia Natural, compendio por excelencia de la vida, reflexiona sobre sus entrecruzados anhelos amorosos. Se desvive entre la ausencia y el posible regreso de Gertrude, una mezcla explosiva de sarcasmo y ternura que le abandono para huir a Tunez con el escritor nihilista Thomas Narr, y la presencia de la fragil Emily, pintora de rosas a la manera de Redoute por la que siente cada vez un mayor deseo. Sus sentimientos se entrelazan con las vivencias de una galeria de personajes pintorescos como Soskin, absorto en el mundo de su microscopio; Van Gulik, experto sinologo y observador ingenuo; Milner, un tranquilo melomano que se deja consumir por cualquier pasion repentina; o el paciente Sam, guarda del zoologico, que escruta las conductas sexuales de sus huespedes. Entre los vivos caminan tambien los espiritus y los recuerdos de Clemence, la campesina capaz de encerrar el tiempo en un breve silencio; de Karl, el filosofo de lo indecible, y todas las sombras de la cultura europea Bernhard, Shostakovich, Beckett, Kraus, Wittgenstein..., capaces de poseer momentaneamente el alma de un personaje o de un suceso. La isla de los muertos evoca el famoso cuadro simbolista de Arnold Bocklin, que tanto influencio a De Chirico y que inspiro cuatro poemas sinfonicos al compositor Max Reger. La gracia de la musica no es ajena a esta novela de ecos y resonancias, de apariciones y desapariciones, de temas y variaciones mutuamente permeables, de lo visible y lo invisible. Siguiendo la curva simbolica de una elipse, Fremon teje toda una trama de sutiles revelaciones sobre la realidad, la muerte, la naturaleza, el arte, la nostalgia, las bifurcaciones entre el amor y el deseo, en un crisol insolito a caballo entre el lirismo y el drama, con no pocas notas de humor e ironia.
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