Hay un lugar en lo alto de la montaña donde la muerte no existe pero lo abarca todo. Se esconde en el silencio del palacete de la Viñaza, un sombrío caserío del valle de Tena al que Nelle llega con la esperanza de huir de sí misma y del pasado que ha dejado atrás, en el París de 1880. Tiene una sola tarea: pintar un retrato de las tres personas que habitan allí. Dos de ellas son los gemelos y marqueses de Saint Lary, tan atractivos y enigmáticos que Nelle no puede evitar perderse en sus fiestas de etiqueta y en su extraña costumbre de estar en todas partes y en ninguna. Son iguales, pero opuestos. Las dos caras de la luna. Y no está segura de cuál brilla más. La tercera persona es alguien cuyo nombre es tan solo un rumor, un anhelo. Se trata de Celina, y al principio solo existe en el sonido del piano que ama tocar. Nada más verla, Nelle se da cuenta de que jamás podrá separarse de ella. Hay algo en su interior que la empuja en su dirección, hacia la locura. ¿Qué extraño vínculo la une con los dos hermanos? ¿Por qué se siente irremediablemente cautivada por ella? ¿Será capaz de pintarla como sus ojos la ven? Y más importante aún... ¿podrá sobrevivir a ella?