Hablamos de una poesía, la de Xosé María Álvarez Cáccamo, que es a la vez elegíaca y lírica, épica y crítica desde todas las preguntas, en la que el poeta puede aparecer casi como un bardo obligado a ejercer su función reveladora pero también decidido a alcanzar esa culminación que no es otra sino escribir el mejor de los poemas, empezando por Fica no ancoradoiro, subiendo a las alturas del más elegante clasicismo en O animal sagrado, dominando las imágenes de la naturaleza con mano maestra en Pero a gloria de Maio, denunciando el dolor infringido por la estulticia política en Maré do pobo a arder. Aquí, en esta poesía que quiere serlo todo, se dan cita los vivos, los que conocemos y amamos porque sabemos sus nombres, y los muertos, el amor cercano y el dolor universal, el paisaje que acoge y las figuras que lo poblaban y hoy ya no están más que en el recuerdo.Y es que se trata de explicar la vida propia desde una suma de cumplimiento, de desengaño y, en el fondo, de esperanza en un porvenir que no veremos. Una esperanza que se alimenta a sí misma de la huida de los falsos horizontes. Por eso conmueve tanto esa citada apelación a la melancolía "no confundir con la morriña", ese paliativo poético del dolor que permite seguir escribiendo contra viento y marea mientras la línea