¡Me decepcionaste! ¿Quien podría recuperarse de semejante acusación? ¿Y quien, además, no ha recurrido a ella alguna vez? Somos seres que no dejamos de decepcionar y de ser decepcionados. Sin embargo, los moralistas lo han repetido hasta la saciedad: decepcionarse es, sobre todo, ser víctima de expectativas que solo existían en nuestra cabeza.Pero, ¿que pasaría si eso no fuera todo?, se pregunta el autor en estas páginas. ¿Y si tras la danza de la esperanza y la decepción, de las expectativas y su frustración, se desplegara un verdadero orden del mundo que decidiera por nosotros lo que podemos y lo que no podemos hacer? ¿Y si decepcionar fuera, sobre todo, una forma de escapar de ello? Entonces, decepcionar sería un placer.