EL TENUE REDEDOR DEL MUNDO

La lectura de Sarabia resulta siempre inquietante: no se encuadra dentro de ninguna tradición conocida, y oculta permanentemente las claves orientadoras con un lenguaje de una profunda oscuridad que se mueve entre el barroco y la desnudez de Jorge Manrique o César Vallejo, y tratándose de una poesía esen­cialmente narrativa, rompe con todas las barreras cronológicas y del discurso. Estos rasgos son más perceptibles que nunca en El tenue rededor del mundo, precisamente porque está concebido como un poema unitario, un cantar de gesta o una epopeya que se repite a lo largo de la historia: «Ha concluido una vez más la guerra / muy lejos de nosotros, / mas la contrariedad se mani­fiesta / a borbotones por doquier.» Desarrollado como una crónica, la presen­cia del narrador («¡Carajo, Sarabia, qué boca tan propensa a los umbrales!») es tan dominante que puede convertirse asimismo en protagonista, con la ambición de que dentro del coro «una voz sonase única entre otras». Una voz única e inconfundible que nos muestra la cara oscura de toda victoria: un verdadero paisaje después de la batalla que es el común a todas las guerras marcadas inevitablemente por la derrota: saqueo, pillaje, destrucción, sangre, cadáveres, tumbas, epitafios, para dar un nuevo sentido a los versos de Octavio Paz, ahora «recobradas tus ruinas entre himnos». Pero Sarabia concibe el mundo y, por lo tanto, la poesía, como una presencia de fuerzas opuestas. Resulta altamente gratificante que en unos momentos de complacencia en los que triunfa la poesía de la cotidianeidad, surja una voz intensa, ambiciosa, innovadora, independiente y ajena a toda concesión como lo es la de Julio Eutiquio Sarabia.