Comemos para alimentarnos porque sin el diario sustento el cuerpo desfallece y sus funciones vitales se apagan. Cuando la prosperidad de las sociedades modernas ya satisface esta exigencia primaria de conservación, entonces aspiramos a hacer de ella una experiencia apetecible y desarrollamos un gusto lujoso por la buena cocina. Si el hambre es, según se ha dicho, la mejor salsa del mundo, el apetito, refinado por la cultura, sería el plato más suculento del menú. Sentarse a la mesa del restaurante equivale entonces a una fiesta del espíritu no menos que de los sentidos. Y, en esa expectativa de deleite que nos domina antes de comunicar al camarero los platos de nuestra elección, a veces se acerca el maître y nos informa con aire confidencial de que, además de lo que hay en la carta, fuera de ella puede ofrecernos otras elaboraciones creadas por el chef especialmente para ese día con productos frescos de temporada comprados a primera hora en el mercado. Lo que está 'fuera de carta' sugiere, pues, una oportunidad exclusiva de salirse de lo previsible para ensayar formas alternativas, posiblemente más artísticas, de colmar una necesidad. Este libro se titula Fuera de carta porque contiene una variedad de propuestas filosóficas destinadas a abrir el apetito del lector por algunas