Adolfo Castañón (Ciudad de México, 1952) ha cultivado varios géneros; de hecho, su obra puede ser considerada como un periplo de constante ida y vuelta entre el ensayo y el poema, la traducción y la narración. Una de sus principales preocupaciones como escritor ha sido, pues, alumbrar los vasos comunicantes que contienen el germen, a veces iracundo, a veces de una nobleza solapada, a veces ciertamente risueño e intempestivo, de la palabra escrita. Si la obra de Adolfo Castañón de pronto parece regir la facilidad de una idea compartida a primera vista, lo cierto es que el viaje a que nos conduce su discurso desemboca inexorablemente en una amistad ajena a la hipérbole o a las gratuidades: amistad a secas, literatura a secas, grano compartido en la mesa que precisa de la tinta y la página múltiple de un libro bien abierto.