Hay obras que requieren de toda una vida para ser compuestas. No hablo de libros que se han aplazado en el tiempo por vaya uno a saber qué razones personales o profesionales de sus autores, sino de títulos que, para que adquieran la consistencia conceptual, estilística y retórica necesarias, precisan de unas condiciones que solo se pueden obtener después de haberse recorrido una larga trayectoria vital y creativa. Este es el caso de Reguetón, de Luis León Barreto; una novela que, desde su mismo enunciado, acoge con intensidad el hondo significado de la locución latina carpe diem, presente en tantas manifestaciones artísticas y literarias de Occidente desde su aparición en las Odas de Horacio y referente principal de unas páginas que nos invitan a celebrar la vida a sacar provecho de todos y cada uno de los instantes que dan color a nuestra existencia y que logran mitigar, aunque solo sea en parte, la espesura de las sombras que nos cubren diariamente en forma de tristeza , desdicha, incomididades e incertidumbres.