Rechazado en un principio por Gallimard, Rimbaud le voyou (Rimbaud el golfo) aparecería finalmente en Éditions Denoël & Steele, en 1933, siendo el primer ensayo que Fondane publica en Francia y su obra más leída, tanto en vida como tras su muerte. En este texto polémico, Fondane denuncia los intentos de recuperación del poeta de Charleville, enfrentando a Rolland de Renéville, a Claudel y, en especial, a Breton, con quien se batiera a golpes en el bar Maldoror:
«¡Es un libro dirigido enteramente contra mí!», exclamó el gran teórico del surrealismo.«Usted me hace no sólo comprender a Nietzsche, a Tolstói, etc., sino también a hombres en los cuales usted nunca pensó: Rimbaud, Baudelaire. He tenido incluso, por un instante, la idea de mostrarle algunos textos, de despertar su interés en Rimbaud, por ejemplo. En tal grado su pensamiento me parece capaz de elucidar ciertos grandes misterios», confesaba Fondane, el 7 de enero de 1927, a su amigo y maestro el filósofo ruso Lev Shestov, a quien el libro irá dedicado.«Reinterpretado según los trazos de un personaje trágico, Rimbaud deviene un personaje shestoviano, rebelado contra la necesidad, la razón y la ética, categorías de la alienación humana. Como El hombre del subsuelo de Dostoievski o el Kierkegaard descrito por Shestov, Rimbaud lucha por quebrar el muro de las evidencias y alcanzar una libertad absoluta. Su tragedia consiste precisamente en haber querido luchar creando un encantamiento poético. El poema lírico es una quimera que hay que destruir. De esa destrucción surgirá tal vez un milagro o la epifanía divina», nos dice Salazar-Ferrer en su estudio magistral sobre el autor.Ahondado así en su tensión primera, en su monstruosa soledad Rimbaud, «el más insoportable de los golfos», tal lo bautizara Gourmont en su Livre de masques, Fondane nos revela al existente en todo su efímero destello, al «hombre de carne y hueso», al hermano, al hermano verdadero:
«El pobre Rimbaud quiso pensarse a sí mismo, deificarse, o mejor: hallarse en Dios, y cayó en lo impensable. Se hundió en la conciencia de la conciencia. Como los surrealistas queriendo expresar lo inexpresable, lo impensable. […] Y luego, el pobre Rimbaud quiso volver al Oriente, “à la sagesse première et éternelle”. Y pensó bien que parece que es un ensueño de pereza grosera. El ensueño de la cordura primera y eterna del Oriente es el ensueño budista de un pasado eterno, de la eternidad del pasado que se pierde en el nirvana, que no es fin, sino el principio, que es la inconciencia prenatal».
(Fragmento de la carta que, fechada en Salamanca el 2 de abril de 1934, Miguel de Unamuno dirigía a Benjamin Fondane con ocasión del ejemplar dedicado que éste le remitiera).