El viaje de la sangre es el itinerario del deseo que habita en lo profundo de todo ser: de volver a la tierra virgen que una vez fuimos, antes que las tinieblas impusieran su sello sobre nuestros pasos. Es natural que el nacimiento de un hijo marque el comienzo del viaje -dar a luz para ser / a traves tuyo iluminada-, que sea ese el umbral desde donde observamos la herida que llevamos a cuestas -en la proteina de tus celulas / late el pecado que heredaste / original y especifico-. Una madre se deja sorprender por los gestos de su hijo, vislumbrando el misterio que se encarna en la sencillez de sus ocurrencias; anota las estaciones de su crecimiento en una bitacora que sigue el ritmo del cultivo de arroz, descubriendo que las temporadas no siempre son iguales y que el amor graba sus codigos arcanos / en la genetica molecular de cada persona. Observar a su hijo que crece, transforma la topografia interior de la madre, que remonta los afluentes de su sangre en busca de redencion. El viaje la lleva a expandir su maternidad al otro lado de los barrotes para romper las cadenas de los encadenados con la poesia que lima y pulveriza / los estratos de culpa endurecidos / coraza del grano luminoso. Asi se desenlaza este mapa poetico tierno y aspero, palpable y mistico, terrenal y cosmico, mitico y, finalmente, religioso. Todo converge hacia una recapitulacion inesperada donde estalla el sentido, o la comprension generadora de sentido.
Los naufragios del desierto tienden naturalmente a la narrativa y a la creación de personajes de ensoñación oriental que por momentos nos recuerdan la imaginería y la riqueza verbal del primer Darío y de Omar Khayyam en la versión de Edward Fitzgerald. En esta guirnalda espiritual se entretejen, con elementos tomados de las culturas oriental, árabe y judeo cristiana, la búsqueda del amor, el abandono y el desamor, el paso del tiempo, el poder y la soledad; así como el descarrío, la violencia y el odio que anida en el corazón humano.