Cuando Juan Valera (1824-1905) publicó está meditación, en 1870, aún no era el autor de Pepita Jiménez, su primera novela, que escribió con cincuenta años. Ya había recorrido medio mundo como diplomático y era un conocido articulista y crítico literario. En 1868 había estallado en España la revolución que mandó al exilio a Isabel II y, como en el resto de Europa, se creía firmemente en la posibilidad de changer la vie (como diría Rimbaud) mediante una organización racional de la sociedad. Desde el socialismo científico a la mano invisible del mercado, desde el positivismo a la sociología, se multiplicaban las teorías capaces de prometer un mundo nuevo y mejor. Es contra esta convicción contra la que reacciona Valera. Era en el fondo un fatalista descreído: pensaba que el mundo no tiene arreglo. Más aún: creía que era preferible no engañarse al respecto, puesto que las utopías se convierten a menudo en pesadillas. En su opinión, lo único que cabía era resignarse a la realidad y amortiguar el golpe en lo posible. Para conseguirlo, le parecía indispensable no hacerse ilusiones.
Ficha técnica
Editorial: Neverland
ISBN: 9788493497088
Idioma: Castellano
Número de páginas: 113
Encuadernación: Tapa blanda
Fecha de lanzamiento: 25/09/2009
Año de edición: 2009
Plaza de edición: Madrid
Especificaciones del producto
Escrito por Juan Valera
Nacido en Cabra (Córdoba) en 1824. Realizó estudios universitarios en Granada y Madrid. Entró en el servicio diplomático como acompañante del duque de Rivas, embajador en Nápoles, donde se dedicó a la lectura y al estudio del griego. Estuvo también en Portugal, Rusia, Brasil, Estados Unidos, Bélgica y Austria. En 1861 ingresó en la Real Academia Española. Escribió artículos periodísticos y ensayos. Valera es un escritor de difícil clasificación; atacó tanto el romanticismo como el realismo y el naturalismo. Consideró que el arte no tiene ningún objetivo, excepto servir a la belleza, crear arte, pero tampoco se adscribió a los movimientos claramente esteticistas de final de siglo como el -arte por el arte- o el simbolismo; elogió la obra de Rubén Darío pero tampoco se le puede considerar modernista. Murió en Madrid en 1905.