Margaret Mead y Gregory Bateson fueron leyendas en vida. Muchos autores escribieron sobre estos célebres antropólogos cuya influencia aún se percibe en el mundo entero, pero nadie alcanzó la profundidad ni la familiaridad que revelan estas memorias escritas con amor por su hija.Una niña y un adulto que se agachan para contemplar las raices de unas hierbas o los cangrejos que corretean en los charcos cuando baja la marea, pueden descubrir todo un mundo. La autora evoca una infancia extraordinaria y los mundos descubiertos y creados por una madre y un padre capaces de expresar los temas de su interes por medio de imagenes comprensibles para una niña. Enseñame algo nuevo, papi: asi comenzaban los juegos con Gregory. Durante un paseo matinal, Margaret descubria los estamentos jerarquicos de un paisaje poblado de duendes.La infancia descrita por la autora no es idilica. La separaciones eran dolorosas, frecuentes y previsibles. Sus padres vivian separados durante mucho tiempo y, finalmente, se divorciaron cuando ella tenia once años. Desde su madurez y como colega de sus padres, la autora reconstruye los fascinantes caminos que estos cientificos precursores recorrieron cada uno por su cuenta y los complejos vinculos que mantuvieron hasta su muerte.
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Margaret Mead y Gregory Bateson fueron leyendas en vida. Muchos autores escribieron sobre estos célebres antropólogos cuya influencia aún se percibe en el mundo entero, pero nadie alcanzó la profundidad ni la familiaridad que revelan estas memorias escritas con amor por su hija. «Una niña y un adulto que se agachan para contemplar las raíces de unas hierbas o los cangrejos que corretean en los charcos cuando baja la marea, pueden descubrir todo un mundo.» La autora evoca una infancia extraordinaria y los mundos descubiertos y creados por una madre y un padre capaces de expresar los temas de su interés por medio de imágenes comprensibles para una niña. «Enséñame algo nuevo, papi»: así comenzaban los juegos con Gregory. Durante un paseo matinal, Margaret «descubría» los estamentos jerárquicos de un paisaje poblado de duendes. La infancia descrita por la autora no es idílica. Las separaciones eran dolorosas, frecuentes y previsibles. Sus padres vivían separados durante mucho tiempo y, finalmente, se divorciaron cuando ella tenía once años. Desde su madurez y como colega de sus padres, la autora reconstruye los fascinantes caminos que estos científicos precursores recorrieron cada uno por su cuenta y los complejos vínculos que mantuvieron hasta su muerte. Este retrato profundamente humano de Margaret Mead y Gregory Bateson, permite ver desde una perspectiva nueva sus extraordinarios descubrimientos y teorías.